Esta semana escuchamos la parábola del Buen Samaritano, una de las historias más conocidas del Nuevo Testamento, donde Jesús no solo nos catequiza sobre cómo cuidar a nuestro prójimo, sino también el cómo ser el prójimo. Nuestro “prójimo” es más que una persona que vive a nuestro lado o al cruzar la calle. Nuestro prójimo es cada persona con la que nos encontramos cada día. El Papa Francisco dio la explicación hace tiempo que el Buen Samaritano no es solo una parábola – es una forma de vida.
Cuando vemos y cuidamos de alguien más, sin duda ayudamos a esa persona con lo que necesita. Pero, igual de importante, el cultivar un modo de vida que cuide al otro es clave para nuestro propio camino espiritual. San Agustín escribió una vez que el comienzo del pecado es estar in curvatus in se, vuelto hacia uno mismo. La historia del Buen Samaritano nos desafía a dejar de ser egocéntricos y centrarnos en otros, irónicamente, encontrándonos a nosotros mismos en el encuentro de otros y ayudando.
Al escuchar de nuevo esta maravillosa parábola, veamos en verdad a nuestro prójimo en la persona que pide ayuda en la esquina de la calle, en las manos envejecidas de un anciano que se prepara para su camino hacia Dios, y en el rostro cansado del obrero que ayuda a que nuestras comunidades funcionen día tras día. Veamos la mirada de nuestro prójimo fijada en nosotros -- viendo a Cristo parado frente a nosotros -- en lugar de mirar más allá de él o ella.
El estar centrados en los demás también nos lleva al acompañamiento espiritual de los que sufren dolor y pérdida en lugares lejanos. Cuando una parte del Cuerpo Místico de Cristo sufre, todas las partes del cuerpo sufren. Que la tristeza y el temor de nuestros vecinos en Highland Park, Illinois, Uvalde, San Antonio, Oklahoma, y lugares lejanos como Ucrania, sean parte de nuestras experiencias vividas para que podamos atender a sus necesidades, aunque solo sea con nuestras oraciones y la solidaridad como su amigo y prójimo en Cristo.