Por Sara Ramirez | Catholic Charities of Central Texas
Nuestros obispos de Estados Unidos dicen que si queremos conocer cómo está nuestra sociedad, debemos mirar cómo les va en ella a los más vulnerables. Usando esta prueba ¿Cómo estamos?
Pero antes de poder contestar esa pregunta, debemos primero preguntarnos a nosotros mismos, “¿Quiénes son los más vulnerables?” Merriam-Webster define “vulnerable” como “capaz de ser física o emocionalmente lastimado”. Usando esta definición, yo diría que ser humano es ser vulnerable. Todos experimentamos tropiezos y golpes físicos así como el dolor asociado con la decepción y la pérdida. Pero ¿quien de entre nosotros siente estas heridas físicas y emocionales más profundamente? ¿Quiénes son más propensos a ser lastimados por otros individuos o por estructuras sociales?
Los más vulnerables, desde una pers-
pectiva física, incluyen a aquellos que no tienen la fuerza para defenderse a si mismos o para escapar una situación dañina. Ciertamente, eso incluye a los nonatos inocentes que no tienen opción ni defensa contra la maldad del aborto. Los más vulnerables incluyen a niños(as), ancianos(as), o personas con capacidades diferentes que se encuentran a si mismas siendo víctimas de abuso y negligencia. Mientras que aún tenemos trabajo qué hacer para alcanzar nuestras metas de proteger a los más vulnerables, estamos dando una buena pelea. Intervenimos para anular Roe v. Wade, asistimos a un entrenamiento sobre seguridad para mantener a nuestros niños y adultos vulnerables seguros, y reportamos actividades inapropiadas a las autoridades apropiadas.
Pero, ¿qué pasa con la vulnerabilidad que es más difícil de identificar y de
proteger? Aquellas voces que no son escuchadas, no por que no hablen, sino por que, con frecuencia, nosotros no escuchamos. Veo esta vulnerabilidad en aquellos clientes que vienen a Catholic Charities buscando terapia de salud mental o asistencia con asuntos de inmigración. La veo en aquellos que han perdido sus trabajo y no parecen poder salir del préstamos predatorio que tomaron para proveer a sus familias.
Más recientemente, todos hemos visto la vulnerabilidad de nuestros vecinos negros, que han sido blancos de violencia, discriminación y opresión. Tristemente, el racismo no es nuevo, pero existe una energía renovada en nuestras comunidades y en nuestra iglesia para escuchar la situación de nuestro prójimo e involucrarnos en el trabajo por la justicia racial.
En la carta pastoral de los obispos de Estados Unidos contra el racismo “Abramos nuestros corazones” los obispos escriben, “Como Cristianos, estamos llamados a escuchar y conocer las historias de nuestros hermanos y hermanas. Debemos crear oportunidades para escuchar, con corazones abiertos, las historias trágicas que están profundamente impresas en las vidas de nuestros hermanos y hermanas, si es que seremos movidos con empatía para promover justicia”.
Nuestra fe Católica nos enseña que tenemos una obligación de ofrecer una opción preferencial a los pobres y vulnerables. Esto significa que debemos dar prioridad a esos individuos o grupos que permanecen marginados. Cada persona tiene una dignidad inherente, y está hecha a imagen y semejanza de Dios, pero aquellos que son víctimas de injusticia merecen lo primero y lo mejor que tenemos que ofrecer.
Respecto a nuestra pregunta inicial sobre cómo va a nuestra sociedad, la prueba muestra que tenemos trabajo significativo que hacer para asegurar que la diversidad racial sea respetada y celebrada. Debemos trabajar continuamente para eliminar el racismo y aquellas estructuras que intentan despojar a los individuos de sus dones y su dignidad dados por Dios. Debemos esforzarnos por involucrarnos y encontrarnos con aquellos que están en las periferias para crear un cambio real y duradero.