Al comenzar la tercera semana de la Cuaresma, escuchamos la historia de la jornada de los israelitas por el desierto. A medida que su jornada continúa, su ira hacia Moisés se intensifica, preguntándole: "¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?" - una pregunta que algunos se hacen incluso hoy en día. Sin embargo, allí en el desierto, Dios les dio maná del cielo y agua para saciar su sed.
La Iglesia sigue invitándonos a que permanezcamos fieles a la jornada que iniciamos el Miércoles de Ceniza. Como los israelitas, podemos cansarnos o sentir deseos de darnos por vencidos. Debemos recordar que nunca estamos solos y que Jesús nos acompaña en cada paso de la jornada. La Cuaresma nos invita a reflexionar sobre nuestra realidad espiritual actual y a volver nuestro corazón hacia Cristo, que satisface nuestras necesidades físicas y espirituales. Cristo promete satisfacer y saciar nuestro anhelo más profundo y nuestra sed. Tal como le dijo a la samaritana, ahora nos dice a nosotros: "... el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá en un manantial capaz de dar la vida eterna".
En esta Cuaresma, comprometámonos con nuestro propio camino espiritual – un camino que nos permita escuchar la invitación de Jesús a encontrar la vida en Él. Volvamos al Señor con sinceridad, ayunando, dando limosna y orando. Puede dedicar de 5 a 10 minutos en oración ante el Santísimo Sacramento o a realizar un sencillo acto de caridad, como ayudar a un vecino a limpiar la casa o a lavar los trastes. Caminemos verdaderamente con el Señor en este tiempo de Cuaresma, y cada vez que digamos "Amén" en su mesa, que reconozcamos que sólo en y por la Sagrada Eucaristía podemos llegar a ser uno en el Cuerpo de Cristo.